La pesca tiene sus propios tiempos y desde marzo, justo en el comienzo de la temporada del langostino, hay 106 barcos amarrados en los puertos sin poder salir y unas 6.000 familias en vilo.
El motivo: una violenta caída del precio internacional que, según los dueños de esos barcos, hacen difícil cumplir con los sueldos de los marineros en torno a 15.000 dólares mensuales.
Ese es solo un ejemplo de lo que sucede con otros rubros de la industria de la alimentación, que aún con Vaca Muerta en marcha, es el sector estrella de la economía argentina con US $30.000 millones en exportaciones y 470.000 empleos.
En las fábricas, verdaderos templos de innovación de una industria que compite con el mundo y está a la altura, el 40% está vacío, lo que se llama capacidad ociosa.
“Nuestras expectativas son favorables, vivimos un proceso de recuperación en 11 de los 13 sectores, pero estamos estancados desde hace una década y la capacidad ociosa es alta”, admite Carla Martín Bonito, presidenta de Copal, que aglutina a la industria de alimentos.
Las estadísticas indican que esa reactivación llega en promedio al 7% cuando se incluye al complejo aceitero. Los sectores que aún siguen en veremos son la carne con una caída de 4% y las infusiones, donde lidera la yerba mate, con 0,2% de baja.
Los fiambres y embutidos con 17% lideran las alzas que, de acuerdo a Martín Bonito, no se han traducido en movimientos en los precios al consumidor. “Hay una fuerte desaceleración si se observa el índice mayorista que refleja la salida de fábrica y es lo que le acercamos al Gobierno”.
En Copal aseguran que las importaciones de alimentos son irrelevantes pero en muchos casos juegan de manera desleal.
Martín Bonito ejemplifica con el chocolate que en el caso del importado no se le exige como al local un determinado y alto porcentaje de cacao. Lo mismo sucede con productos libres de gluten.
Y lo más grave es que aquellos países de los que importamos nos colocan barreras de acceso a sus mercados.
“Pedimos que nos dejen jugar con las mismas condiciones”, señala esta economista de la UBA, primer mujer en la presidencia de una Cámara que representa a otras 23 que suman 14.500 empresas .
Martín Bonito enumera una carga fiscal que en el caso de las bebidas llega al 50% del precio final y costos logísticos que son 43% más altos que en los países vecinos.
En cuanto a la pesca, la flota congeladora intenta en una difícil negociación con el Somu, que el personal no cobre el premio a la producción, unos US$ 2.500, dado que el kilo del langostino que cotizaba US$ 12 hace un año, se derrumbó a los actuales US$ 5,5 al compás del langostino de cultivo en el que lideran desde Brasil y Ecuador a países asiáticos que inundaron el mercado.
Argentina ofrece el más apetecible langostino salvaje de los mares del sur, pero pocos están dispuestos a pagarlo.
De acuerdo a Fernando Álvarez Castellano, presidente de la compañía Conarpesa, los sueldos representan 60% de sus costos y ya no se puede salir a pescar.
“Cada día que se pierde ya no se recupera”, apunta quien llegó desde Madrid en 1995 a recuperar la empresa que fundó su padre y estaban esquilmando socios locales.
La firma, con 24 barcos, 1.500 empleados y varias plantas en Patagonia, sumó nuevos socios, esta vez los españoles de Wofco, que nacieron en 2016 y hoy facturan US $500 millones.
“Si salgo a pescar, pierdo más plata que con el barco parado. La actividad no comenzó y las pérdidas acumuladas ya superan los 300 millones de dólares”, añade Alvarez Castellano. El langostino representa el 27% de las capturas a nivel nacional y el 32% de las exportaciones pesqueras en dólares. Otras empresas, entre las que titila Newsan Foods, afirman que la rentabilidad es negativa, con una pérdida del 16,2%.
¿Se puede dar Argentina este lujo? De las 14.500 empresas que conforman la industria de la alimentación apenas 1.200 exportan. Es menos del 10%.