Ficha del festejo
Seis toros de Lagunajanda, cinqueños, dispares de hechuras y alzadas pero todos fina y seriamente presentados. De juego también variado y sin entrega en varas, la mayoría ofrecieron claras opciones de triunfo en el último tercio, con nobleza, movilidad y buen son en sus embestidas, a falta de mejor trato.
Manuel Escribano, de verde esmeralda y oro: estocada chalequera y estocada atravesada (silencio tras aviso); estocada trasera (leves palmas).
Joselito Adame, de blanco roto y oro: pinchazo en la suerte de recibir, pinchazo, media estocada baja delantera y dos descabellos (silencio); estocada perpendicular (silencio tras aviso).
Alejandro Peñaranda, de blanco y oro, que confirmaba alternativa: media estocada tendida y cinco descabellos (silencio tras aviso); estocada baja (vuelta al ruedo tras petición de oreja).
Peñaranda confirmó con el toro ‘Vinatero’, nº 51, castaño albardado bragado, de 545 kilos.
Vigésimo tercer festejo de abono de la Feria de San Isidro, con algo más de tres cuartos del aforo cubiertos (17.783 espectadores, según la empresa), en tarde nublada y de temperatura agradable, con algunas rachas de viento.
La larga feria taurina de San Isidro sumó hoy, en la que ya es su recta final, un nuevo espectáculo plano y sin brillo, y esta vez no tanto por culpa de los toros de Lagunajanda, que ofrecieron en conjunto muchas posibilidades de triunfo, sino por el escaso acierto técnico y la espesa actuación de la terna.
Hasta cuatro ejemplares de la fina corrida de la divisa gaditana, a pesar de que se dolieron y se defendieron con mal estilo en varas, llegaron al último tercio con unas embestidas definidas, con nobleza y recorrido, a falta únicamente de un trato adecuado por parte de sus matadores, que casi nunca encontraron.
De ahí que el espectáculo transcurriera sin sobresaltos, entre una opaca monotonía, mientras la terna muleteaba casi siempre con una destemplada vulgaridad o sin aplicar los matices técnicos que ayudaran a los astados a desplegar su buena condición en su auténtica dimensión.
Ese el fue el caso, por ejemplo, del primero del lote de Manuel Escribano, un ejemplar alto de agujas que se movió algo descompuesto en el tercio de banderillas que protagonizó el sevillano, pero que se atemperó ya en el inicio de la faena de muleta y, cuando esta le llevó sometido con los vuelos a ras de arena, rompió a embestir con clase y entrega.
Claro que eso sucedió en pocas ocasiones en medio de un trasteo ligero y de muleta volandera, en el que casi nada llegó a concretar Escribano, como le sucedió también con el serio y bien cortado cuarto, al que saludó a portagayola y banderilleó con variedad, antes de que el de Lagunajanda no dejara de tropezarle el engaño con sus constantes cabezazos en el final de los pases.
El lote más definido, para bien, fue el del mexicano Joselito Adame, pues enlotó como tercero de la tarde un fino colorado que repitió y metió la cara desde que lo recibió de capa hasta que lo mató con escaso acierto. Entre tanto, esperándolo con el engaño muy retrasado, sin reposo ni asiento, el veterano diestro de Aguascalientes no sacó ni un solo momento estimable antes de fallar con la espada.
Pero también el quinto, un aparatoso ejemplar de largo cuello, se dejó hacer sin mayores dificultades de principio a fin de una extensa e inexpresiva faena que estuvo plagada de medios pases defensivos, sin apuesta alguna por la sinceridad por parte de Adame.
El único resultado positivo de la tarde llegó ya cuando se hundía en el tedio, justo en el momento en el que, al menos, el confirmante Alejandro Peñaranda puso sobre el tapete algo más de decisión para enfrentarse al cornalón castaño que cerró el encierro.
Si al de la ceremonia, justito de fuerzas, el conquense no acabó de cogerle el aire, encimándose demasiado y sin ayudarlo, a ese último terminó ligándole, muy avanzado el trasteo, una tanda de estimables muletazos con la derecha, que le ayudaron a convencerse de la buena condición de un animal que siguió respondiendo para que aun dejara algunos detalles aislados antes de matarlo de una estocada defectuosa que le negó la posibilidad de ese trofeo que se le pidió muy amablemente.