Movilidad urbana: más allá del individuo

Vivo en Mar del Plata, soy licenciado y doctor en Psicología, docente universitario e investigador en el Conicet. Mi área de trabajo es la psicología aplicada al tránsito y a la movilidad urbana. Desde hace casi 20 años investigo en este campo y me han consultado muchas veces sobre seguridad vial. En cambio, la movilidad urbana tiene menor presencia mediática y rara vez se la vincula de forma inseparable con los problemas del tránsito. Pero hace poco me consultaron por qué muchas personas no respetan las normas de tránsito.

Este tipo de preguntas suele esconder una respuesta esperada: que señale las características individuales que llevan a cometer infracciones. Es decir, que identifique al culpable, que –por supuesto– sería alguien distinto a quien no lo hace. En otras palabras, si todos respetaran las normas, no ocurriría nada malo.

La decepción, que he percibido más de una vez, aparece cuando explico que no hay una única causa, ni una condición individual excluyente. Todo es, siempre, un poco más complejo.

En primer lugar, los seres humanos somos propensos a cometer errores. A veces lo hacemos sin querer; otras, transgredimos deliberadamente los límites del comportamiento seguro. Los motivos son muchos: factores individuales como sexo, edad o personalidad; capacidades cognitivas como percepción, atención o memoria; estados transitorios como fatiga, somnolencia, ira o estrés, y factores psicosociales como actitudes, normas sociales y subjetivas, o influencia de pares.

Pero no sólo actuamos por impulsos o motivaciones internas. También respondemos al ambiente. Es decir, lo que nos rodea influye en nuestra conducta. Por ejemplo, en Argentina –salvo excepciones– el límite de velocidad es de 40 kilómetros por hora en calles internas y 60 km/h en avenidas. Sin embargo, ciertos elementos del entorno vial favorecen el exceso de velocidad: calles amplias, unidireccionales, sin semáforos ni controles y con pocas intersecciones. Por el contrario, cruces a nivel, chicanas, reductores de velocidad y mayor espacio para peatones tienden a reducirla.

El ambiente no es sólo la infraestructura: también incluye los significados compartidos por una cultura. Podemos preguntarnos: ¿Qué ideas circulan sobre la rapidez y la lentitud? ¿Qué sentido damos a la prudencia y al riesgo? ¿Qué mensajes recibimos sobre el consumo de alcohol? ¿Cómo captan nuestra atención las aplicaciones de los teléfonos celulares?

Además de tratar de entender por qué las personas no respetan las normas, debería interesarnos qué podemos hacer para que, cuando se equivoquen, las consecuencias no sean graves ni para ellas ni para los demás.

La Iniciativa Bloomberg para la Seguridad Vial Global trabaja en esa dirección en 29 ciudades de 15 países de ingresos bajos y medios. Su enfoque es claro: mejorar la seguridad vial a través de políticas basadas en evidencia. Lo hace en colaboración con gobiernos locales y con organismos científicos nacionales como el Conicet o las universidades.

En este marco, se recolectan y analizan datos sobre comportamientos de riesgo, siniestralidad y mortalidad vial; se ofrece asesoramiento técnico para rediseñar calles y reducir la velocidad del tránsito; se desarrollan campañas de comunicación para sensibilizar a la población, y se capacita a las fuerzas policiales para mejorar sus intervenciones.

Desde 2022, la ciudad de Córdoba forma parte del programa. En este tiempo, se ha trabajado en todas las líneas mencionadas. Se relevaron indicadores clave sobre uso de casco, cinturón de seguridad, sistemas de retención infantil, conducción bajo efectos del alcohol y exceso de velocidad.

También se estudiaron conductas de riesgo y protección en motociclistas, y se desarrollaron tres campañas de comunicación masiva. Cuando estas campañas se combinan con controles efectivos y mejoras en infraestructura, es posible lograr cambios significativos en el comportamiento, reducir el número de siniestros y la gravedad de sus consecuencias.

No es una tarea fácil y requiere un trabajo riguroso y sostenido en el tiempo. El objetivo es claro: que nadie muera en las calles de la ciudad. No se trata de señalar culpables, sino de asumir que todos somos responsables.

  • Licenciado y doctor en Psicología; docente universitario e investigador en el Conicet

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