La expedición francesa Nodssum que inspeccionó la Fosa Atlántica para comprobar el estado de los miles de barriles arrojados al fondo del mar con desechos nucleares ha terminado su misión y y la conclusión preliminar, a falta de más análisis de laboratorio sobre las muestras tomadas, es que no se ha detectado radiactividad en la zona, ubicada a unas 540 millas al noroeste de Fisterra. La radiación existente se considera dentro de los valores normales. Y eso que se hallaron barriles machacados y algunos con fugas de algo que parece ser alquitrán o betún.
La misión se inició hace casi un mes y este viernes, en el puerto francés de Brest, sus responsables dieron cuenta de la investigación, que todavía está en una primera fase y a la que seguirán meses de pruebas en laboratorios y una segunda expedición a la zona con material submarino dotado de mayores prestaciones y maniobrabilidad.
A bordo del L´Atalante y con el robot Ulyx cartografiaron 163 kilómetros cuadrados de fondo marino y localizaron con el sonar 3.355 barriles, de los que de medio centenar sacaron además fotografías, a una profundidad superior a los 4.000 metros. Del trabajo se encargaron 20 científicos franceses, noruegos, alemanes y canadienses. Al frente de ellos, como directores, están el español Javier Escartín y Patrick Chardon.
¿En qué estado se encuentran los bidones? Dado que la evaluación es preliminar y, por tanto, todavía incompleta, el estado de conservación es «variable». Según el informe de la expedición, hay barriles que parecen «intactos», otros presentan «deformaciones» y algunos aparentan tener fisuras abiertas, con la superficie corroída y lo que parecen ser fugas o filtraciones de «materia de naturaleza desconocida», que los investigadores consideran que puede ser «asfalto o betún». Algunos de los bidones están colonizados por anémonas.
Países como Francia, Reino Unido, Suiza, Alemania o Países Bajos descargaron estos desechos radiactivos en la Fosa Atlántica, en aguas internacionales, desde la década de 1940 y más allá de la prohibición formal de estos vertidos, que data de 1993. Estos bidones arrojados al mar con restos contaminados eran rellenados con cemento o alquitrán y se calcula que el número barriles tirados supera los 200.000.
«Entonces las autoridades consideraban que estas profundidades abisales a 4.000 metros de profundidad eran entornos geológicos suficientemente estables y alejados de la costa para arrojar allí los residuos nucleares», indicó Patrick Chardon en Brest, a cuyo puerto ha llegado L´Atalante tras casi un mes en el mar.
Niveles de radiación normales por ahora
La misión ha tomado 345 muestras de sedimentos, 5.000 litros de agua y varios animales de las profundidades marinas como peces abisales, anfípodos y pequeños crustáceos para su análisis. De momento, no se detectaron niveles de radiación anómalos. Lo que captaron los instrumentos de medición fueron valores al mismo nivel que la señal de fondo ambiental. «No hemos observado ninguna anomalía desde el punto de vista de la radioprotección en los sedimentos con las herramientas que teníamos a bordo», relató Chardon, especialista en radiactividad en el medio ambiente del Laboratorio de Física de Clermont-Auvergne.
Pero la comprobación «fina» de la presencia de radiactividad sobre sedimentos, aguas y peces necesitarán todavía meses de trabajo. Será el análisis de laboratorio el que permitirá obtener unos datos «aproximadamente 100 veces más precisos» sobre radiactividad, según Chardon, que explicó que en cualquier caso siempre han mantenido la distancia de los bidones «como principio de precaución».
«Nos ha impresionado la cantidad de bidones que pudimos observar y el tamaño del área», indicó el codirector de la misión, tras revelar que los bidones están en aproximadamente 163 kilómetros cuadrados, unos 20 bidones por kilómetro cuadrado. «La idea es saber si hemos alterado el ecosistema», dijo.
El robot submarino autónomo Ulyx ha realizado la que es su primera misión científica real con éxito. «Nos ha sorprendido la calidad de lo que nos envió el sonar. Podemos ver los bidones perfectamente con la imagen acústica. Es una grata sorpresa», añadió.
¿Se podrían recuperar los bidones?
Preguntado por la posibilidad de recuperar los bidones, Chardon sostuvo que es técnicamente viable, pero que el coste de la operación sería astronómico, por no mencionar el riesgo de que los bidones se desintegren en el proceso. «Una sola inmersión lleva cuatro horas, así que imaginen cuántos viajes harían falta para sacar 200.000 bidones», soltó.
Terminada esta campaña, la intención es realizar a partir del próximo año un muestreo directo de los barriles, así como del sedimento y la fauna presente, pero para ello se necesita un robot distinto al utilizado ahora y que permita manipular útiles de muestreo al disponer de brazos mecánicos manejados por control remoto. Para ello, recurrirán al robot teledirigido Victor y al sumergible Nautile.
El L´Atalante. / Javier Escartín CNRS
El mayor oceanográfico de Francia
El L´Atalante es el mayor buque oceanográfico de la flota francesa. Construido en 1982, dos remodelaciones íntegras han alargado su vida útil hasta 2031. Este tiempo extra que ha ganado le permitió ser actor protagonista en esta misión que acaba de terminar: la de la localización, revisión y análisis de las miles de toneladas de residuos radiactivos arrojados a la costa atlántica, dentro de bidones metálicos, entre las décadas de los 40 y los 80.
Greenpeace calcula que se depositaron unos 220.000 bidones con residuos radiactivos en la zona, en lo que califica como «punto con mayor cantidad de residuos radiactivos del planeta».
En 1982 el buque Sirius de Greenpeace, junto a barcos gallegos, se enfrentaron a buques neerlandeses para que detuvieran sus descargas. Tras esta acción, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, el Gobierno de Países Bajos anunció la interrupción de los vertidos nucleares al mar.
Diez años más tarde, en 1993, se firmó el Convenio para la Protección del Medio Ambiente Marino del Atlántico Nordeste, prohibiendo el desecho de los residuos nucleares de baja y media intensidad. Un año después, el Convenio de Londres de la Organización Marítima Internacional vetó cualquier vertido radiactivo al mar.
Suscríbete para seguir leyendo