Si hay algo de donde no se vuelve, es del ridículo. Y esto vale para el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quien tiene una obsesión (una de las tantas): ganar el premio Nobel de la Paz. El problema es que esta intención choca de frente con sus formas, con sus gritos, con sus odios, con sus insultos, amenazas, y, últimamente, también con sus actos de gobierno.
Al pedido original de un grupo de representantes (equivalente a nuestros diputados) republicanos, se sumó luego la carta que envió al comité noruego Benjamín Netanyahu, el carnicero que lleva adelante un genocidio contra el pueblo palestino hace casi dos años.
Los motivos en que se basa la postulación de Trump para el Nobel de la Paz son, textualmente: «sus múltiples iniciativas de mediaciones, sobre todo en los Acuerdos de Abraham, la negociación entre Ucrania y Rusia y entre Israel e Irán». Es decir, tres grandísimos y resonantes fracasos: los Acuerdos de Abraham dinamitan la posibilidad de una solución para el conflicto de Palestina basada en dos Estados; los intentos de Trump de poner fin a la guerra en Ucrania son un fracaso total; y la relación con Irán terminó de la peor manera.
El premio Nobel de la Paz se anunciará el próximo 10 de octubre y se entregará el 10 de diciembre, en Oslo. Es el único de los Nobel que entrega el comité noruego, ya que los otros cinco (Literatura, Medicina, Economía, Física y Química) los entrega el comité sueco. Este año hay 338 candidaturas, de las cuales 244 corresponden a personas físicas y 94 a instituciones que, teóricamente, se han destacado este último año y en toda su trayectoria por trabajar por la paz.
Pero si sorprende la candidatura de Trump, pueden sorprender más aún estas otras: Elon Musk «por su defensa de la libertad de expresión en su red social X»; María Corina Machado, «por su trabajo en favor de la paz y los ideales democráticos», cuando en realidad, la líder opositora de Venezuela es una permanente instigadora de violencia política; la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que en realidad es una organización internacional bélica y la Corte Penal Internacional.
Mucho más coherente es la postulación post mortem del Papa Francisco, o de Francesca Albanese, la actual relatora especial de las Naciones Unidas para los territorios palestinos, que viene denunciando con todas las letras el genocidio que lleva adelante el Estado de Israel.
Y como para completar el contexto, hay que recordar que el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a personajes tan contradictorios como el propio Trump, cuando de paz se habla. En 1906 se lo dieron a Theodoro Roosevelt, aquel presidente de Estados Unidos autor de la doctrina del «Garrote y la Zanahoria» y del Corolario Roosevelt, que establecía la potestad de Washington de intervenir militarmente en cualquier país del continente cuando estuviera amenazado algún interés estadounidense. En 1919 la distinción fue dada a Woodrow Wilson, también presidente estadounidense y responsable de la invasión a Haití, Nicaragua y República Dominicana. En 1953 se otorgó al general George Marshall, creador del llamado Plan Marshall, para sacar de la miseria de posguerra y postrar políticamente a Europa. En 1973 el colmo fue darle el Premio Nobel de la Paz a Henry Kissinger, responsable del golpe en Chile contra Salvador Allende y de otros golpes y dictaduras en América del Sur. Y en 2009 a Barack Obama, culpable de la destrucción de Siria y Libia, y quien elevó la cantidad de bases militares en América del Sur de 2 a 19.
También hubo dos argentinos que fueron distinguidos con el Nobel de la Paz. En 1936 el canciller Carlos Saavedra Lamas, por haber negociado el fin de la Guerra del Chaco, que enfrentó a Paraguay con Bolivia, a instancias de los intereses de la Standard Oil y la Shell. Y en 1980 fue para Adolfo Pérez Esquivel, por su inquebrantable lucha en defensa de los Derechos Humanos durante la dictadura genocida.
Así las cosas, el premio Nobel de la Paz para Donald Trump sería un verdadero insulto para tantas víctimas de sus formas, de sus insultos, de sus provocaciones, de sus iras, de sus actos de gobierno. Entre ellos las comunidades afroamericanas, de pueblos originarios, de diversidades sexuales, las mujeres ofendidas por su misoginia, los inmigrantes que viven con terror, los deportados, los torturados en Guantánamo y otras cárceles clandestinas, los muertos rusos y ucranianos de los últimos meses, las decenas de miles de víctimas del genocidio palestino, del cual Trump es cómplice de Netanyahu, y los muertos por los bombardeos estadounidenses en Irán. Entre otros tantos.