Desde la Redacción de El Diario
A meses de la partida del escultor Alejandro Odasso, el espacio que alberga su obra en Carlos Paz se debate entre la riqueza de su arte y la soledad de sus días. Una invitación a redescubrir un refugio cultural indispensable, muy cerquita del histórico salón Rizzuto.
Allí están Oriana Gallicchio y Carlos Alzolay.
En la bisagra donde la avenida Cárcano nace o la Libertad se despide, según desde dónde se la mire, existe un lugar en Carlos Paz que es mucho más que un bar. Entrar a Totem es sumergirse en un diálogo silencioso con la madera y el metal. Es beber una cerveza o una copa de vino rodeado de presencias que tienen la forma de la imaginación de uno de nuestros grandes artistas, Alejandro Odasso, quien nos dejó físicamente este enero.
Sus obras, que habitan cada rincón, no son una decoración; son el alma del lugar. Convierten el acto cotidiano de sentarse a una mesa en una visita a una sala de exposiciones íntima y poderosa. En cada pieza late la huella de la gubia, la paciencia del artesano y la visión del creador. Totem es, en esencia, el último gran taller de Odasso, un legado abierto para que la ciudad lo haga suyo.
Sin embargo, en una tarde cualquiera, un pesado silencio suele ocupar el espacio entre las esculturas. Salvo cuando una actividad programada convoca al público, la soledad parece ser la principal inspiración del lugar. Allí están Oriana Gallicchio y Carlos Alzolay, custodios del espacio, en una quietud que contrasta dolorosamente con la vibrante energía que emana de las paredes.
Y entonces, la pregunta flota en el aire, tan palpable como las obras de Alejandro: ¿Por qué? ¿Por qué este refugio, este patrimonio vivo, no es un hervidero de actividad? ¿Por qué la comunidad artística local —los poetas, los pintores, los escritores y los tantos amigos que Odasso sembró en su vida— no ha hecho de este su punto de encuentro natural?
Resulta incomprensible que en esa esquina no se estén gestando debates, recitales espontáneos, charlas de café o simplemente el disfrute compartido del arte. Quizás sean los tiempos que corren, la inercia de una era digital que nos aísla en nuestras propias pantallas, o quizás una apatía que como comunidad deberíamos empezar a cuestionar.
La responsabilidad de mantener viva esta llama no es solo de quienes están detrás de la barra. Es una tarea colectiva. Por eso, este no es solo un lamento, sino un llamado esperanzado a sus herederos, sus hijos Facundo y Lisandro Odasso, para que no aflojen. Para que la obra de Alejandro siga sonando, ya sea a través de los colores vibrantes de las pinturas de Lisandro o con los paisajes sonoros de Attractor, el grupo musical de Facundo. El legado, como el arte, debe transformarse para seguir viviendo.
Pero, sobre todo, es una invitación a la ciudad. A nosotros. A entender que apoyar estos espacios es un acto de militancia cultural. Es elegir activamente que el espíritu de nuestros artistas no se convierta en una pieza de museo silenciosa.
La barra a la espera
Totem y la obra de Odasso están ahí, esperando que abramos la puerta no solo para consumir, sino comulgar, para que el arte nos vuelva a encontrar y la soledad, finalmente, deje de tener la última palabra.