Glauce Baldovin, por César Vargas

El reconocido poeta César «León» Vargas evoca a una de las grandes maestras cordobesas de la poesía latinoamericana con un poema que tituló simplemente Glauce.

Glauce Baldovin lo consideró como uno de sus hijos y un gran poeta. El Diario de Carlos Paz publicó una entrevista realizada a la poeta, entre 1989 y 1990, para un libro que tiene como título “Piedras de la Cañada” y que aún sigue inédito.

En ese reportaje, la poeta dijo: «… he sufrido un gran quebranto en 1976, y después otro en 1977, y eso me aisló del todo, aunque seguí escribiendo y leyendo, pero desde y para una problemática personal. Después llegó la época del alcohol y la internación, y mi conexión con la gente nueva fue a través del grupo “Raíz y Palabra”, que fue muy solidario conmigo; especialmente algunos de sus integrantes, a los que considero mis hijos en el sentido afectivo no poético. Son muchachos y chicas de la edad de mis hijos. Lamento que ese grupo se haya dispersado. Sus integrantes son muy buenos poetas: Hernán Jaeggi, Néstor Mérigo, Eugenia Cabral, Susana Arévalo, César Vargas, Piro Garro Aguilar, que es un gran lírico, pero de todos ellos, el gran poeta es César Vargas. Ah!, y no puedo olvidarme del negro Hugo Rivella. Pero estos años los pasé en bruma y no tengo una visión general de la poesía del fin de siglo (XX) en Córdoba». 

GLAUCE

Glauce podría ser el nombre de una de las ciudades

     de Italo Calvino

Pero ¿Podría esta mujer caber en algún mapa?

¿En qué ciudad su risa?

¿Dónde su sed?

Ella nos dio su palabra

que era la bebida de los dioses,

y fue castigada con la desesperación de más palabras

de más vino,

¡Más vino! gritaba

como un dragón violento

y las palabras seguían cayendo de su boca,

encendidas bellezas

de verdad y de piedra.

Cómo no amar sus ojos

pulidos por el llanto,

su corazón en flor,

sus manos que amasaban

las sílabas de la revolución,

sus dientes masticando el odio al crimen;

pero su lengua…

su lengua humedecía la soledad y la paciencia

daba lustre al amor y hacía brillar el sol

como un gallo embrujado

en la mañana.

¡Más vino! pedía su garganta

con la voz áspera de sacrilegio y salmos.

Ogresa seductora

temida y envidiada…

Con las uñas pintadas

la hallamos aquel día,

tan sola y tan muertita

libre ya del dolor

libre ya su poesía

llorando sobre el tiempo

reclamando justicia.

Glauce, un nombre,

un mundo,

una estrella fundida.

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