Crónica desde Beirut, una ciudad de cine

Tanta oferta abruma. Y es que, en Beirut, siempre hay algo que ver. En la capital libanesa, parece haber una norma no escrita que obliga a que siempre se esté celebrando algún tipo de festival de cine. O, si no, es común encontrarse con focos, equipos de sonido y calles cortadas, porque algún cineasta está rodando su última película en las pintorescas calles de la ciudad mediterránea. La amplia selección, tanto local como extranjera, suele contar con una buena respuesta. Por eso, las proyecciones tienen lugar en cines tradicionales, aunque, a menudo, se usan otros espacios para poder organizar estos encuentros cinematográficos que suelen ir acompañados de discusiones abiertas con aquellos involucrados en la película.

La gasolinera abandonada y reconvertida en cocina comunitaria bajo el nombre de Nation Station, en el humilde barrio de Geitawi, aprovecha su patio cada primavera para instalar un proyector. Allí reúne cada dos semanas a ‘hipsters’ libaneses y expatriados con la proyección de algún documental de temática sesuda. No hay que pagar entrada. El vecino al que los jóvenes voluntarios de la organización le suben la comida a diario puede ver la película desde su balcón.

Festival de cine en Nation Station / Andrea López -Tomàs

Escaleras abajo, frente a las ruinas del puerto beirutí donde hubo una explosión hace cinco años sin consecuencia legal alguna, se erige el cine Metrópolis. Un lugar icónico de la ciudad, de nuevo, recién nacido. Hasta la actriz Cate Blanchett celebró su retorno el pasado mes de diciembre calificándolo de “testimonio de resiliencia y renacimiento cultural, dando vida a las historias y uniendo a la comunidad”.

Cine nacional

Aparte de Egipto, El Líbano es uno de los pocos países árabes que cuenta con lo que se considera un cine nacional. Hace más de un siglo, en 1909, el país de los cedros abrió su primer cine y, desde los años 1920, hay una producción cinematográfica regular. “Un cine propio libanés surge a partir del momento de descolonización en todos los países árabes en la década de los años 1950 y 1960”, reconoce la cineasta hispano-libanesa Laila Hotait, autora del libro ‘Siempre nos quedará Beirut. Cine de autor y guerra(s) en el Líbano, 1970-2006’. “Este cine es necesario porque todas las expresiones culturales de los pueblos que surjan de sus propias voces y de sus propias inquietudes lo son”, añade para este diario.

En un país sin una memoria colectiva oficial, el cine, de alguna forma, ha pasado a ocupar esa función. “Sin proponérselo, los cineastas libaneses explican y muestran en sus películas el mosaico que es el Líbano, y construyen la identidad nacional del país a través de su filmografía conformada por sus narrativas más personales”, añade Hotait. En las carteleras de los principales cines de Beirut, es difícil encontrar películas de ficción. Algunas hay, pero siguen estando vinculadas a lo que ocurre, o ha ocurrido, en el país. Incluso las comedias se basan en las ideas alocadas que aplican aquellos libaneses resolutivos para hacer frente a las múltiples catástrofes que les azotan.

Trauma comunitario

Por eso, uno de los temas que domina el cine nacional libanés es la guerra. El país sufrió una guerra civil que se alargó durante unos largos y tortuosos 15 años entre 1975 y 1990. Luego, el conflicto les ha ido salpicando cada lustro, hasta llegar a la reciente ofensiva militar israelí del pasado otoño, que arrasó con más de 4.000 vidas libanesas. “La guerra se trata en las películas porque, para nosotros, no es un evento puntual, es un evento que lo llena absolutamente todo”, cuenta Hotait. “Las películas tratan este tema del trauma civil, el comunitario y el individual, ya que el arte puede hacer básicamente esto: ir más allá de los datos, de las cifras y hablar de esas emociones”, apunta la cineasta hispano-libanesa.

Interior del cine Metrópolis / Andrea López -Tomàs

A parte de ser un refugio para la mente, el cine libanés es eminentemente político y para el pueblo. La reapertura de cines históricos, como Le Colisee el próximo 13 de septiembre en el antaño vibrante barrio de Hamra, depende de iniciativas de la sociedad civil, no de una política cultural oficial. Este cine, creado en 1945 y abandonado durante décadas, volverá a proyectar películas bajo el cartel del Teatro Nacional Libanés, fundado por el actor y director Kassem Istanbouli, gracias a la oenegé Tiro Association for Arts. Ya han reabierto cines y teatros en las ciudades de Tiro y Nabatieh, en el sur del Líbano y gravemente afectadas por los bombardeos israelís, y en la norteña y paupérrima Trípoli.

Desplazados por la guerra

Ver una película en estos lugares históricos suele costar un precio irrisorio, o directamente nada. Además, son lugares para el pueblo libanés. Durante la brutal campaña de bombardeos israelís del pasado otoño, el Empire Cinema, una de las salas de cine más antiguas del Líbano inaugurada en 1932 y reconvertida en centro cultural de Trípoli, albergó a decenas de personas que se habían quedado sin casa. También Le Colisee, en medio de su proceso de renovación, colocó colchones y mantas en el escenario y las butacas para acoger a los desplazados del sur del país y de los suburbios sureños de Beirut, las zonas más afectadas por los ataques.

Ahora, esa violencia queda lejos. Ya volverá con las películas. Nadie recuerda que, bajo ese mismo telón escarlata, se vertieron ríos de lágrimas. Con el recuerdo de la guerra apartado, los grupos de amigos en Beirut pasan su tiempo intentando cuadrar sus calendarios para no perderse ninguna película. Durante los próximos 10 días, el festival de cine documental ‘Écrans du Réel’ celebrará sus 20 años de “películas que observan, cuestionan y reflejan el mundo que nos rodea” proyectando documentales libaneses, árabes e internacionales y organizando encuentros con los propios cineastas. Cuando se apaguen los focos, el refugio del cine volverá a empapar la sala.

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