Este sábado Independiente volverá a jugar en su estadio por primera vez desde los incidentes del 20 de agosto, cuando se enfrentó ante la Universidad de Chile por la Copa Sudamericana. Será a las 16.45 ante Banfield, con las tribunas alta y baja Sur clausuradas y con la prohibición de llevar banderas e instrumentos musicales tan acordes a las barras de estos tiempos. ¿Qué pasará con la barra brava “oficial”, a cuyos líderes se les impuso -teóricamente- el derecho de admisión? ¿Intentarán tomar el poder sus súbditos, o los “no oficiales» irán por su lugar en la histórica tribuna Norte?
Se trata, entonces, de mucho más que un partido de fútbol. El Libertadores de América pinta como una olla a presión con hinchas genuinos enojados con una dirigencia que parece tener fecha de vencimiento. La relación hinchas-dirigentes venía rota desde hace tiempo (o desde 2022, cuando asumieron) y se terminó de romper después del fallo polémico (e injusto) de la Conmebol que dejó fuera de la Sudamericana a Independiente.
A la eliminación en los escritorios se le suma el mal momento futbolístico. Está último en su zona. No gana, juega mal. Empezó el semestre con tres objetivos posibles; dos de ellos ya son historia: fue también eliminado por Belgrano de Córdoba en la Copa Argentina. Las cosas en el torneo local no pintan bien a no ser que haya una recuperación que no se vislumbra. El Rojo es la contracara de la primera mitad del año.
En las últimas horas, la lectura de un mensaje del plantel para pedir solidaridad no cayó bien en líneas generales. Salvo en los medios partidarios que responden al oficialismo (la mayoría). Alguno de ellos hasta publicó una fake news para desprestigiar a un dirigente opositor. Los hinchas volcaron su bronca en las redes sociales. El armado de ese mensaje prolijo de los jugadores no logró el efecto esperado. ¿Por qué pedir solidaridad en un fútbol que no es solidario?
Tampoco el presidente, Néstor Grindetti, manejó el tema a la altura de la grandeza institucional de Independiente. Si su primera defensa fue decir que el Rojo no había tenido nada que ver con los incidentes, lo que siguió no hizo más que empeorar las cosas. Por supuesto que no se puede minimizar a la Conmebol y su engranaje poco santo. Porque la entidad que agrupa al fútbol sudamericano no puede desligar sus responsabilidades sólo en el organizador de un partido oficial. ¿Para qué está, sino? Como sea, la Conmebol queda siempre bien parada.
El castigado fue Independiente. Una medida que no se entiende aún hoy, cuando la misma Conmebol sostuvo que los partidos se ganan en la cancha. Jugar los 45 minutos restantes en un estadio neutral era una posibilidad que casi no se tuvo en cuenta. El club chileno, cuyos hinchas comenzaron los incidentes, pasó de ronda gracias a la violencia (tan injustificada como la de la barra del Rojo) provocada y pensada de antemano. Sienta un precedente horrible: el equipo que llegue a una revancha con ventaja puede contar con sus violentos para hacer lío y verse beneficiado.
Más allá del fallo, el enojo de Independiente con la Conmebol -un organismo siempre polémico que con su presidente Alejandro Dompinguez no cambió en nada- suena infantil. Emitir un comunicado pidiendo que “se elimine toda referencia a nuestra institución en el marco del Museo de la Conmebol” y “que se restituyan de forma inmediata todos los elementos entregados por Independiente al Museo, pues no admitimos que se exhiban en un ámbito que contradice los valores que los hicieron posibles» es como regalarle un juguete a un nene y después pedirle que lo devuelva. Domínguez no es más que una parte -importante, obvio- de un engranaje que funciona mal desde hace tiempo y ante la mirada de cualquiera. Ya nada se disimula.
Chiqui Tapia -representante de la CONMEBOL ante el Consejo de la FIFA- fuma en el agua; Grindetti se ahoga en un vaso de agua. Tapia tiene una cintura tremenda: en 48 horas convocó a Grindetti para decirle que baje un cambio y celebró el triunfo de Axel Kicillof en las elecciones bonaerenses. Cuenta además con el aval de Lionel Messi y, por si fuera poco, la Selección ganó todo durante su presidencia. Pero si vamos a su gestión en el fútbol local, hay poco de positivo.
Saquemos el fervor y color con que viven los hinchas argentinos cada partido. Después: se cambian los reglamentos a mitad de campeonato, los arbitrajes son cada vez peores: si antes nos horrorizaban los apoyos a Barracas Central, después se llegó al colmo cuando se quiso sacar a Platense del torneo pasado en su partido ante River. ¡Y todo a la vista! Son, apenas, dos ejemplos entre tantos. Se inventan copas y finales que pocos saben que se juegan, los calendarios se arman casi sobre la marcha.
En medio de este caos, del que cada club es partícipe necesario, a la dirigencia de Independiente no se le ocurre nada mejor que pedir solidaridad. Sabemos que los dirigentes, salvo excepciones (Juan Sebastián Verón, de Estudiantes, bancó a Independiente), miran para otro lado. El grito silencioso de Grindetti y sus dirigentes que están hace casi veinte años en un club desgastado y maltratado no deja expectativas positivas para este sábado. Ya hubo un anuncio tibio el viernes pasado, cuando algunos hinchas se convocaron en la sede para pedir elecciones anticipadas.
El Ricardo Bochini será -sin dudas- una olla a presión.