Los minicerebros humanos de laboratorio le dan poder a una nueva generación de ordenadores

Distintos avances científicos están haciendo posible que organoides cerebrales con el tamaño del cerebro de una mosca pero que se basan en el funcionamiento de las neuronas humanas logren alimentar a ordenadores avanzados y potenciar a la IA. Además de esta posibilidad, la bioinformática promete desvelar muchos secretos relacionados con el funcionamiento del cerebro humano.

La startup suiza FinalSpark cultiva en un laboratorio de la ciudad de Vevey organoides cerebrales o “minicerebros”: son diminutas concentraciones de neuronas humanas que pueden funcionar como procesadores “vivos”. Según el equipo científico a cargo, podrían transformar la forma en que construimos ordenadores y alimentamos sistemas de Inteligencia Artificial (IA). La biocomputación o bioinformática combina biología y electrónica, para aprovechar la eficiencia y la arquitectura natural del cerebro humano.

Neuronas “vivas” para una informática más eficiente

FinalSpark cultiva neuronas a partir de células madre y las organiza en milimétricos concentrados que conectan a electrodos, para estimularlas y registrar su actividad. Según la información que aporta la compañía, esos organoides generan patrones eléctricos que los científicos interpretan como señales informáticas, análogas a unos y ceros, y que ya han permitido experimentos como distinguir caracteres táctiles o mover robots sencillos.

Según informan AFP y Tech Xplore, una de las promesas más interesantes de la biocomputación es la eficiencia energética. Los investigadores destacan que las neuronas biológicas consumen mucha menos energía que los núcleos artificiales de silicio: los “minicerebros” humanos podrían ser hasta un millón de veces más eficientes que las estructuras artificiales. Vale recordar que un cerebro humano completo realiza tareas complejas con aproximadamente 20 vatios de energía: trasladar esa ventaja a la informática sería ampliamente positivo, teniendo en cuenta el coste ambiental y energético del auge de la IA.

Aún queda un largo camino por recorrer

Sin embargo, los expertos subrayan que aún se encuentran en una fase experimental. Los organoides que hoy se emplean contienen decenas de miles de neuronas, ubicándose muy lejos de los 86.000 millones que posee el cerebro humano, y su vida útil en el laboratorio es limitada, llegando hasta un máximo de seis meses en condiciones controladas. Además, la forma de “programar” y leer estos sistemas biológicos plantea desafíos importantes: traducir datos digitales a señales que las redes neuronales “vivas” comprendan, y luego interpretar su respuesta no es una tarea simple.

La cuestión ética es otro tema a resolver: los científicos que impulsan la bioinformática niegan que estos organoides cerebrales muestren señales de consciencia, pero admiten que la pregunta toca límites filosóficos y requiere supervisión interdisciplinaria. Por el momento, los minicerebros de laboratorio representan un experimento fascinante: prometen eficiencia y nuevos paradigmas de computación, pero aún deberán atravesar duros desafíos científicos, éticos y de escalabilidad para lograr marcar a fuego el futuro de la informática.

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