A los libaneses les gusta presumir del carácter único de su país. Pese a todas sus tragedias, son un pueblo orgulloso de su tierra, su comida, su gente. Suelen alardear de su diversidad religiosa, su panorama natural único en la región que permite observar las aguas mediterráneas desde lo alto de sus montañas y bosques, y de todo el pasado glorioso que guardan sus yacimientos arqueológicos. Pero hay otras gestas del país de los cedros que no son tan aplaudidas. Como tener el mayor número de refugiados per cápita del mundo o poseer una de las concentraciones de organizaciones no gubernamentales, oenegés, registradas en el Líbano, más altas del planeta. Sin embargo, estas peculiaridades no son celebradas por sus gentes.
Las cifras oscilan alrededor de las diez mil oenegés registradas. En un país con apenas 10.542 kilómetros cuadrados y menos de seis millones de habitantes, hay casi una organización no gubernamental por kilómetro cuadrado. “Es natural en el pueblo libanés sentir la responsabilidad de ayudar a quienes lo necesitan”, reconoce Nour El Arnaout, directora asociada de NGOi, las siglas en inglés de la Iniciativa de Organizaciones No Gubernamentales, de la Universidad Americana de Beirut. “Lo vimos durante la explosión del puerto de Beirut [el 4 de agosto de 2020] y este pasado otoño durante la guerra: la gente abre sus casas para acoger a desconocidos porque no quieren que se queden en la calle”, cuenta a este diario.
Estado desaparecido
Más allá de la voluntariedad del propio pueblo libanés, tampoco les queda mucha otra alternativa que confiar los unos en los otros para salir de cada crisis. “La tradición de prestación de servicios es larga y muy arraigada a nivel local, mientras que a nivel nacional, como demuestra claramente la crisis económica actual, la prestación de servicios [por parte de las instituciones estatales] siempre ha sido discontinua, discriminatoria y de baja calidad; es decir, el mérito de los servicios y la ayuda sobre el terreno para los diferentes grupos que conforman la sociedad libanesa no reside en absoluto en el Estado”, cuenta a EL PERIÓDICO Estella Carpi, profesora adjunta de Estudios Humanitarios en el University College de Londres y autora del libro ‘La política de creación de crisis: desplazamiento forzado y culturas de asistencia en el Líbano’.
“Por la naturaleza del Líbano, la mayoría de las oenegés se ven impulsadas por las crisis, y, por lo tanto, cuantas más crisis hay, más oenegés aparecen, ya que la ley para el establecimiento de estas organizaciones en el Líbano no es muy estricta, y es relativamente flexible”, añade El Arnaout. Entre estas 10.000 oenegés, hay de todo tipo: organizaciones religiosas, otras vinculadas a instituciones sectarias, algunas establecidas por empresas o bancos, organizaciones civiles, pequeñas oenegés surgidas de iniciativas personales para una emergencia concreta, y, evidentemente, las organizaciones internacionales. Más de 20 agencias de Naciones Unidas están presentes en el país de los cedros.
Crisis económica
Dana Aridi es libanesa y trabaja en una de ellas. “Elegí trabajar en el sector humanitario porque quería quedarme en mi país y, al mismo tiempo, contribuir al apoyo de las comunidades vulnerables”, confiesa, protegida por un nombre falso para evitar problemas en el trabajo. Gran parte de los jóvenes libaneses de clase media que han logrado seguir en el país y no unirse a las más de 215.000 personas que abandonaron el Líbano entre el 2017 y el 2021, huyendo del colapso económico, trabajan en este tipo de organizaciones. “Son ellas las que, en gran medida, prestan los servicios que debería proporcionar el Estado”, dice Aridi a EL PERIÓDICO.
El Líbano lleva más de un lustro sumido en una brutal debacle financiera. El Banco Mundial la ha definido como una de las peores crisis económicas en todo el mundo desde el siglo XIX. El colapso se ha visto exacerbado por los elevados niveles de corrupción en las instituciones. “El gobierno está haciendo lo mejor que puede con los recursos disponibles, sin embargo, esto está muy por debajo de las necesidades de las comunidades, no solo libanesas, sino también del elevado número de migrantes y refugiados que viven en el país y que generan mayor fragmentación y presión sobre el sistema”, apunta El Arnaout. “Ya sea por el status quo del gobierno, los recursos limitados o por las crecientes necesidades, las oenegés desempeñan un papel vital en el Líbano llenando este vacío”, añade.
Personal extranjero
No obstante, muchos expertos alertan del riesgo de que el país se convierta en una república de oenegés. A parte de la falta de sostenibilidad de este modelo —“muchas oenegés, por naturaleza, al basarse en proyectos, dependen exclusivamente de subvenciones, que a menudo se agotan”—, su distribución de recursos no siempre es equitativa. A veces, es incluso discriminatoria. Debido a la llegada de decenas de miles de refugiados sirios al país cuando empezó la guerra civil en el 2011, los fondos para este segmento de la población inundaron el Líbano. Sin embargo, cuando la crisis económica azotó el país, impactando a locales y refugiados por igual, la ayuda no llegó con la misma rapidez. Esta diferencia creó aún más tensiones entre la comunidad local y la refugiada.
Además, en la mayoría de organizaciones internacionales, gran parte del personal es extranjero. Esto produce “una jerarquía profesional entre los internacionales y los locales, quienes reciben salarios y autoridad muy diferentes en el diseño e implementación de los programas”, apunta Carpi, que, en su libro, denuncia la amnesia institucional que provoca limitar estas posiciones a lapsos de tiempo de cinco años como máximo, por lo general. “También genera precariedad entre las clases medias locales con estudios, que normalmente trabajan en el sector humanitario cuando estalla una crisis”, como Aridi, añade para este diario.
Recortes de Trump
Por un lado, trabajar dependiendo de fondos susceptibles a desaparecer con cada nueva crisis mundial cubre de insostenibilidad a este modelo. Por otro, la población local critica el cortoplacismo de las medidas de estas oenegés que suelen poner tiritas temporales a asuntos que necesitan soluciones de fondo. Pero, sin ellas, no hay tiritas ni remedio alguno. Por ello, el anuncio del presidente estadounidense Donald Trump de reducir la ayuda humanitaria ha sido una sacudida para el sector. “La crisis causada por los recortes de fondos revela lo absurdo del eterno sistema humanitario que hemos alimentado durante décadas: encubre fracasos predecibles y políticamente motivados, sin abordar las causas fundamentales, sino demostrando que estamos haciendo “todo lo posible” para aliviar el sufrimiento”, subraya Carpi.
“Nada está garantizado”, constata Aridi. En los últimos meses, desde su puesto de trabajo, está siendo testigo de los impactos de las decisiones en la Casa Blanca. “Se han reducido los programas, se han priorizado las necesidades y se están tomando decisiones difíciles sobre a qué poblaciones dirigirse y cómo”, añade. Estados Unidos representó aproximadamente el 22% de la ayuda exterior total del Líbano en el 2024, convirtiéndolo en el principal donante. “Los recortes son letales para la supervivencia y los servicios básicos de muchas personas en el Líbano, así como en toda la región, pero no debemos olvidar que estos recortes también nos recuerdan la naturaleza temporal del sistema de ayuda humanitaria”, concluye Carpi, augurando un futuro muy oscuro para el pueblo libanés y todos aquellos a los que acoge.
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