Pueden ser las tierras de cultivo el arma climática secreta? Los científicos creen que sí

Pocos lo imaginan, pero bajo el sol que calienta los trigales y entre las hileras de maíz se libra una batalla decisiva contra el cambio climático. Las granjas y cultivos del mundo, tradicionalmente señalados como parte del problema, pueden convertirse en la mejor ‘arma secreta’ para capturar carbono y ayudar a enfriar el planeta.

Es la sorprendente conclusión de una investigación pionera, liderada por la Universidad Tecnológica de Queensland, que mira hacia el campo con nuevos ojos.«Se estima que las tierras de cultivo del mundo capturan más de 115 gigatoneladas de dióxido de carbono anualmente a través de la fotosíntesis«, indica Claudia Vickers, líder del estudio.

Esto implica que incluso mejoras modestas en cómo los cultivos capturan, utilizan y almacenan ese carbono, si se aplican en las tierras agrícolas existentes, podrían generar «enormes beneficios climáticos», expone la científica.

Buscando soluciones eficaces

La primera frase del estudio es reveladora: «La agricultura vegetal contribuye sustancialmente a las emisiones globales de gases de efecto invernadero, pero también ofrece importantes oportunidades para la mitigación del cambio climático»

Plantación de maíz. / Pixabay

Claro que las «soluciones eficaces» deben «procesar grandes volúmenes de carbono, ser escalables, producir un balance positivo del ciclo de vida, ser económicamente viables, técnicamente factibles y aplicables en condiciones de campo sin dañar indebidamente lo que queda de la naturaleza en la Tierra», recoge el informe.

Los autores del estudio, publicado en la revista ‘Plant Physiology, proponen imaginar por un momento estos números: esas 115 gigatoneladas equivalen al CO2 que emitirían todos los coches del mundo durante décadas. Esa es la «asombrosa capacidad de respiración que ya tienen nuestros campos», apuntan.

Sustancias casi indestructibles

La pregunta que se hicieron los investigadores fue simple pero poderosa: ¿y si ayudáramos a las plantas a hacer mejor lo que ya hacen naturalmente? La respuesta involucra desde soluciones ancestrales hasta tecnologías de vanguardia.

Por un lado, prácticas como el biocarbón –el carbón vegetal que enriquece la tierra– permiten enterrar carbono en el suelo durante siglos. Por otro, la biología sintética busca crear cultivos que fijen más carbono o incluso produzcan sustancias casi indestructibles como la esporopolenina, el mismo material que mantiene intacto el polen fósil después de millones de años.

La profesora Claudia Vickers. / QUT

A largo plazo, los diferentes enfoques de biología sintética podrían contribuir colectivamente a una reducción de hasta 260 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente durante el próximo siglo, según el cálculo de los autores.

Hallazgo esperanzador

El análisis muestra que, si bien la cantidad de carbono capturado por hectárea varía mucho según las estrategias, el impacto final depende más de la escala de aplicación y, según los autores, ninguna intervención por sí sola será suficiente.

Uno de los hallazgos más esperanzadores del estudio tiene que ver con los fertilizantes. La producción de nitrógeno sintético, esencial para la agricultura moderna, provoca una huella de carbono enorme. «Reducir nuestra dependencia de este proceso podría tener los efectos más inmediatos y a gran escala», asegura Vickers.

Una solución podría estar en ‘enseñar’ a los cereales a hacer lo que las legumbres hacen naturalmente: capturar nitrógeno del aire con la ayuda de bacterias. Mientras tanto, en los arrozales del mundo, responsables de gran parte del metano que emite la agricultura, ya se prueban técnicas sencillas como alternar periodos de inundación y secado. Son cambios de gestión que no requieren alta tecnología pero que pueden reducir las emisiones hasta en un 90%.

Campo de cultivo / Generalitat de Catalunya

No existe una solución mágica

Lo más revelador del estudio es su pragmatismo: no existe una solución mágica, así que en vez de perder el tiempo buscándola, los científicos proponen un menú de opciones que deben aplicarse según cada terreno, cada cultivo y cada comunidad. Desde plantar árboles donde antes no los había hasta desarrollar variedades de maíz que guarden más carbono en sus raíces.

«La agricultura ocupa una posición privilegiada para alimentar al mundo y combatir el cambio climático. Pero debemos centrarnos en las intervenciones que pueden generar resultados significativos y mensurables», asume Vickers. El estudio, añade, proporciona «una hoja de ruta para lograr precisamente eso».

El mensaje final es esperanzador: «La misma tierra que alimenta a la humanidad podría ayudar a reparar el clima. Solo necesitamos aprender a trabajar con ella, en vez de contra ella, combinando el saber tradicional con la innovación responsable. Después de todo, como bien saben los agricultores, las mejores cosechas siempre vienen de entender los ritmos de la naturaleza», subrayan los autores.

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