Nunca he entendido por qué las lágrimas tienen tan mala prensa. No creo que llorar sea de cobardes. Correr, tampoco. Y que al pobre Boabdil le afearan llorar como una mujer la pérdida de Granada, por -supuestamente- no haberla defendido como un hombre, es una de las grandes machiruladas de la historia. Y de ella beben los garrulos que aún hoy son capaces de increpar a alguien, cuando se le humedecen los ojos, al grito de «nenaza». Es la deleznable resurrección del machismo cuartelero, también en el lenguaje, del que tanto presumen los enamorados del autoritarismo. Que no son tantos como nos quieren hacer creer, pero haberlos, haylos.
Resulta curioso porque cuando les veo, o les escucho, me dan pena; pero no me sale llorar. Creo que ese verbo merece ser conjugado en circunstancias mucho mejores. Aunque es verdad que en esto también hay clases. Se puede llorar de dolor, de pena, de alegría, de rabia, de nostalgia… y es sano identificar cada caso porque los efectos que provoca también son diferentes. Una buena llorera te puede reducir el estrés, aliviar la angustia e incluso ayudarte a tomar conciencia de algo que desconocías. Porque el llanto encierra también algo de misterio. Tuve la suerte de asistir al último concierto de Sabina y los primeros acordes de Yo me bajo en Atocha abrieron mis depósitos de lágrimas hasta dejarlos casi vacíos. Porque como este cabronazo tiene canciones para cualquier circunstancia de la vida, escucharle es ir pasando páginas del álbum de la memoria.
Fue reconfortante intercambiar miradas con otras personas, algunas muy famosas, por cierto, bastantes hombres, desde luego, que estaban pasando por el mismo trance. Aunque tampoco sabría explicar con exactitud el motivo, o los motivos, de ese llanto, al menos el mío. ¿El inevitable paso del tiempo? ¿Saber que somos fugaces? ¿La añoranza por los que ya no están? ¿Que la cosa se está poniendo cada vez más fea? ¿Que hay gente que las pasa muy canutas? No lo sé. Ni me importa. Pero creo que dejar fluir los sentimientos es un reducto de libertad al que no pienso renunciar.
*Periodista
