La española que aprendió a ser pastora y pasa los veranos en Tirol sin cobertura ni agua corriente: «Gano el triple que en España»

Ni sus padres ni sus abuelos tuvieron ovejas. Sin embargo, siente una conexión especial con este animal, del que confiesa aprender algo nuevo cada día. “Me fascinan los rumiantes… cómo las bacterias que tienen en el rumen transforman esa hierba en su sustento”, dice Zuriñe Iglesias, bióloga y una de las dos almas detrás de Pastoras Nómadas. Para ella, pastorear es lo más parecido al baile que existe. Una danza a 2.200 metros de altura y con tormentas eléctricas que ponen su vida en riesgo: “Es hermoso ver cómo se mueven, cómo los perros las guían y las manejan. Es pensar todo el rato en los movimientos que haces tú y los que hacen ellos”. A sus 28 años, lleva cuatro trabajando como pastora asalariada entre Italia y Austria durante los meses de verano y, al contrario de lo que mucha gente piensa, pastorear no es caminar con ovejas. “Soy la responsable de cientos de vidas en condiciones extremas: tormentas en la montaña que matan a mucha gente cada año, el desnivel y la lluvia, entre otras. En este oficio no haces ocho horas y te vas a casa, sino que pasas todo el día pendiente”, añade. 

Madrileña de nacimiento, pasó su infancia entre los municipios de Patones y El Berrueco junto a sus padres. Con ellos, una curiosa Zuriñe descubrió lo feliz que le hacía acampar en la montaña y estar rodeada de animales y plantas. Su imaginario también lo alimentó parte de su familia materna, que vivía en Villabuena, un pueblo de Soria con escasos 50 habitantes. “Ellos vivían en el molino. Un hermano de mi abuelo tenía ganado y mi madre le ayudaba a esquilar. Al final, yo me crié con sus historias en ese contexto rural, campesino, que siempre estuvo ahí”, recuerda. Licenciada en Biología, encontró en la ecología una manera de producir alimentos de manera sostenible y respetuosa con el medio ambiente: “Cuando acabé la carrera, necesitaba hacer algo más fácil y manual. El activismo y la teoría estaban muy bien, pero no era lo mío”. Casualidad o no, terminó formando parte de un proyecto agroecológico centrado en cabras en El Boalo, ubicado en la Sierra de Guadarrama: “Estaba al frente de un rebaño municipal encargado de desbrozar y prevenir incendios en el municipio”. 

Allí encontró lo que buscaba y, un año después, repitió sus prácticas como pastora en los prados de la montaña palentina, donde conoció a Celia, la otra mitad de Pastoras Nómadas: “Nos pusieron juntas en la misma montaña, nos conocimos y vimos que teníamos intereses en común. Poco a poco nos hicimos muy amigas y, de alguna forma, queríamos seguir juntas en esto del pastoreo”. A través de su perfil en Instagram, las rabadanas, como ellas mismas se llaman, comparten la experiencia de dos mujeres jóvenes dando sus primeros pasos en esta profesión, mayoritariamente masculina. “Por desgracia, para la juventud, la realidad pasa por las redes sociales y, si algo no se cuenta, parece que no ha existido. Queremos mostrar que no es un mundo idílico, porque es duro, pero que a su vez tiene muchas cosas bonitas”, añade. Como si el destino no quisiera separar sus caminos, Zuriñe acabó estudiando un máster en la misma ciudad de Alemania donde Celia vivía por aquel entonces. “Allí había mucha gente que trabajaba en Los Alpes y decidimos buscar un trabajo en Bolzano para el verano. Hicimos lo que hace todo el mundo: emigrar para ganar más dinero en un país extranjero y gastarlo posteriormente en España”, asegura. 

Se mueven en helicóptero

Desde entonces, ambas han pasado la temporada estival cuidando un rebaño a sueldo entre Italia y Austria, hasta que este año, Celia se ha trasladado a una granja en Suiza para trabajar a tiempo completo los doce meses. “Yo todavía estoy viendo cómo armar mi vida. Combino el pastoreo con un trabajo como investigadora durante el invierno”, señala Iglesias. Los veranos en El Tirol austriaco no son idílicos. Al menos, no tanto como la gente piensa: “Nosotras hacemos una compra gigante al inicio de la temporada con productos no perecederos y los subimos a la montaña en helicóptero junto a todas nuestras pertenencias para los próximos meses. Es vivir en una escasez que luego te hace apreciar mucho más la abundancia”. Este último verano, Zuriñe ha convivido a 2.200 metros de altura con Raquel, otra joven pastora. Juntas, se han hecho cargo de 350 ovejas de las razas Steinschaf, Tiroler Bergschaf y Walliser Schwarznasenschaf, en una iniciativa local que busca dignificar el oficio y cambiar el manejo de los rebaños: “Han contratado a dos personas por rebaño e incluido a los mastines como perros de protección. Allí no saben trabajar con ellos y, como nosotras sí, podemos echarles un cable”. 

Con ayuda de tres Maremmano d’Abruzzo, un Border Collie y un Pastor Leonés, han de proteger el rebaño de los ataques de oso y lobo, que en los últimos años han llegado a ser frecuentes. “No son los animales muertos o heridos, sino el resto del rebaño, que queda muy estresado. Se llama lucro cesante”. A pesar de no haber trashumancia, en la región tirolesa se practica la trasterminancia, es decir, pasar del valle en invierno a la cima en verano. Zuriñe y Raquel comienzan la temporada en la falda de la montaña y, poco a poco, van escalando hasta la parte alta. “Hay cabañas repartidas por la ladera de la montaña, donde se encuentran las zonas que deben pastorear. A la mayoría de ellas no se puede acceder en coche dada la inclinación, por lo que a veces han de emplear un helicóptero o ir a pie. Tampoco hay cobertura y, en algunas ocasiones, el agua corriente no es una opción: “Tenemos que ir a un arroyo a por agua y hacer nuestras necesidades en la naturaleza”. Cada temporada es una nueva aventura y, aunque estén incomunicadas a más de 2.000 kilómetros de su hogar, no lo cambiarían por nada.

Aunque pastorear en pareja les permite turnarse a la hora de descansar, ellas prefieren mantenerse juntas la mayor parte del tiempo. No es dependencia, es amistad. Y la sensación de aislamiento responde a la falta de cobertura, no a la de cariño o atención. “Es poner tu vida en pausa, alejarte del mundo en general”, expresa. Lleva bien la incomunicación, pues, a diferencia del resto, no ha desarrollado una adicción a la pantalla. Y cada vez que sube al Tirol se da cuenta de todo lo que tiene en el día a día y lo poco que lo valora. “En España es difícil tener un sueldo digno en el sector primario. No culpamos a los ganaderos, sino al sistema agroalimentario, que es injusto con nosotros”, dice. Es por eso precisamente que la bióloga abandonó su país natal en busca de un salario a la altura de su labor: “Lo que cobro en Austria es una paga media, pero en comparación con la media en España, estoy ganando prácticamente el triple”. La parte amarga viene cuando recuerda a su familia, quien le apoya y la echa de menos a partes iguales. “A veces se preocupan, siento mucho reconocimiento, ya que mi profesión está en el imaginario de todos ellos y saben de qué va la cosa”, reconoce orgullosa.

Rebaños bombero

Como Zuriñe, Celia o Raquel, decenas de pastores en Europa trabajan para otros ganaderos. “Son personas que tienen ovejas y cabras como hobbie o para mantener una tradición familiar, pero no se dedican a la ganadería”. Algunos simplemente las mantienen, pero otros producen leche y carne, la mayoría para consumo propio y otros para venta en comercios. “El sector primario produce, pero hasta que llega al consumidor, son los intermediarios quien se llevan el valor añadido y al ganadero le llega muy poco”, critica. Hace años tenía claro que, llegado el momento, se haría con su propio rebaño de ovejas y sacaría partido de ellas. Hoy no lo tiene tan claro: “Factores como la inversión me limitan. Además, no tengo nada en propiedad y no quiero hacerlo sola por el sacrificio que requiere. Los pastores también queremos descansar los fines de semana o irnos de vacaciones”. No obstante, poder contribuir al mantenimiento de un oficio ancestral como este, producir alimentos de calidad y estar conectada con el medio ambiente, han supuesto un cambio en su mentalidad: “Confío más en mí misma que antes, me he empoderado. Tengo que enfrentar situaciones difíciles sola y tomar decisiones en las que hay vida de por medio”. 

La presencia de rebaños en los pueblos de la España rural no responde únicamente a la producción de lana y alimentos, sino también a la prevención de incendios en los meses de calor. “Este servicio ecosistémico es clave en nuestro clima, cada vez más árido y propenso a arder. El desbroce que hacían en invierno las cabras y ovejas ha disminuido muchísimo en las últimas décadas. Se les llama rebaños bombero porque los fuegos se apagan en invierno con este pastoreo”, sostiene. Y es eso, precisamente, lo que lo diferencia de la ganadería industrial, según Zuriñe: “Es la contaminación más pura frente a un mantenimiento del paisaje, de la cultura y del medio rural. Los rumiantes en libertad son la única manera de conseguir frenar todo esto y, además, conseguir alimentos de calidad”. Ahora que el verano ha llegado a su fin, la madrileña debe tomar un vuelo a España para retomar su trabajo como investigadora, que también le fascina. Sin embargo, ya cuenta los días para regresar a esas montañas que le dan años de vida y le permiten hacer aquello que aprendió en un pequeño pueblo de Soria.

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