Rosa Maria Calaf y Jon Sistiaga: «Solo la buena información nos hará auténticamente libres»

Hay pocas voces más autorizadas en España para hablar de periodismo internacional que Rosa Maria Calaf (Barcelona, 1945) y Jon Sistiaga (Irún, 1967). La pionera corresponsal de RTVE, cofundadora de TV3 y Creu de Sant Jordi 2025 comparte muchas cosas con el veterano corresponsal de guerra, documentalista y premio Ortega y Gasset. Entre los dos acumulan decenas de galardones que reconocen una dilatada y rigurosa trayectoria profesional en la que han cubierto conflictos armados y la actualidad política en países como Estados Unidos, Rusia, Afganistán, Ucrania, Colombia, Ruanda, Palestina o Corea del Norte.

Ambos participan este viernes en una nueva edición del foro de debates Cornellà Creació, cara a cara en el que reflexionarán sobre el estado actual del mundo y la coyuntura laboral de los periodistas. Antes de su encuentro, Calaf y Sistiaga atienden a EL PERIÓDICO para una entrevista telefónica que hemos editado como un cuestionario compartido.

¿Qué aprendieron en su primera corresponsalía que todavía les sirve hoy?

Calaf: Fue en EEUU e intenté aprender del mejor periodismo, de comprometerme absolutamente con la veracidad, con pisar terreno y hablar con los protagonistas de las historias.

Sistiaga: Lo primero que aprendes, a parte de ver el conflicto, es a leerte para saber si eres capaz de regresar sin mentirte a ti mismo, si estás capacitado y puedes cargar con todos tus fantasmas.

El periodismo nunca ha sido fácil (…) pero ahora desinformar sale más barato

¿Es paradójicamente más difícil informar hoy, en la era de la sobreinformación, que cuando ustedes empezaron?

Calaf: El periodismo nunca ha sido fácil porque consiste en mostrar lo que no se quiere que se vea y en contar lo que se quiere que se calle y eso siempre hay quien quiere evitarlo. El problema de ahora es que desinformar con muchísima eficacia sale mucho más barato que informar. Antes decíamos que la información era poder, ahora la desinformación es el poder.

Sistiaga: Las reglas han cambiado. Estamos viviendo la historia de un mundo que se resiste y, sinceramente, me considero uno de los últimos mohicanos de una forma de informar.

¿Qué verdad incómoda sobre el periodismo les gustaría que se hiciera viral?

Calaf: Que se necesita educación mediática para que la ciudadanía se dé cuenta de cómo se está manipulando la información. Si comemos alimentos tóxicos, el cuerpo físico se va al hospital. Si la sociedad consume información tóxica, el cuerpo social se va al hospital. Y en ese vivimos todos.

Sistiaga: El periodismo está en cuidados intensivos, pero no necesariamente paliativos. De la UCI se sale. Estamos llegando a un punto en el que mucha gente empieza a buscar información donde sabe que no le mienten o manipulan. Cuando tienes un cáncer no quieres ir a un herbolario, sino a un oncólogo de verdad. Y ahora la gente va a comprar periodismo a la parafarmacia.

El periodismo no está en cuidados paliativos, sino en la UCI. Y de ahí se sale

La precarización económica de los medios tampoco es nueva, si bien se ha acelerado. ¿Tienen esperanza en que se apueste por invertir más en estar mejor informados que solo en generar más contenido?

Calaf: Ahora es mucho más importante la cantidad que la calidad y el impacto que la importancia de lo que se cuenta, pero solo la buena información nos hará auténticamente libres. Tengo esperanza los lunes, los miércoles y los viernes (ríe).

Sistiaga: Sí, pero por el momento creo que la desprecarización del periodismo queda muy lejana. Por ahora se sigue priorizando el beneficio más o menos inmediato al derecho a la información. Las televisiones están llenas de ejecutivos sin alma que prefieren llenar con todólogos un programa largo comercializado para disfrutar, rellenar horas de programación y colocarle publicidad. Esto también lo hemos visto en distintos medios digitales. Pero creo que, al final, primará la responsabilidad.

Trump ha arrastrado a los medios a un lodazal binario. ¿Cómo cubrirle sin convertirse en un altavoz de sus exabruptos?

Calaf: Esa es la clave y la principal dificultad. Lamentablemente se compra mucho más fácil una mentira bien elaborada que una verdad más compleja. La información es un derecho del ciudadano, así que la única fórmula que se me ocurre para respetarlo es insistir en la pedagogía y en el periodismo comprometido y riguroso, honesto e independiente.

Las televisiones están llenas de ejecutivos sin alma que prefieren llenar un programa largo con todólogos, rellenar horas de programación y colocarle publicidad

¿Qué aprendió cubriendo a dictadores que ayude a explicar la actual oleada de líderes reaccionarios?

Sistiaga: Los autócratas, tanto de derechas como de izquierdas, siguen un mismo patrón y utilizan unas mismas prácticas para sobrevivir y mantener el poder. Podríamos llamarlas contrarredes: algoritmos más potentes y sofisticados para generar opinión a favor y perseguir a los opositores. No necesitan sacar los tanques o los fusiles a las calles, tienen técnicas mucho más sibilinas como las que utilizan Orbán o Trump contra los medios de comunicación, que a base de querellas logran que se autocensuren preventivamente y aprendan a no meterse con los gobiernos populistas.

Para Rosa Maria. Mi compañero Marc Marginedas, corresponsal en Rusia y el mundo árabe durante más de tres décadas, recuerda con cariño lo bien que le acogió en sus inicios y le pregunta: ¿Cómo una periodista tan consagrada dentro de la profesión era tan amable con los jóvenes que estaban empezando?

Calaf: Creo firmemente en el engranaje de las generaciones. Cuando empecé habría agradecido mucho que personas que sabían más y tenían más experiencia me hubiesen acogido y apoyado para hacer frente a mis miedos. Debes hacer con los demás lo que te gustaría para ti.

Yo lloraba muchísimo, pero he intentado no llorar nunca cuando tenía que estar mostrándome fuerte

El corresponsal debe tratar de tener una mirada limpia. ¿Recuerda cuándo una de sus fuentes cambió sus prejuicios?

Calaf: Enfrentarte a la realidad esquivando tópicos, prejuicios y estereotipos es crucial, pero muy difícil. La objetividad total es imposible porque cargamos con una mochila que cuesta mucho sacarse de encima, pero hay que ser consciente de ello y combatirlo. Siempre debes estar alerta para no caer en esas trampas. A veces me ha ocurrido llegar a un lugar pensando que no sacaría nada porque eran personas que no se sabrían explicar ni defender aquello que iban a denunciar y después darme cuenta que no es así.

Sistiaga: Lo primero que debes hacer es abandonar todo lo que creías saber del lugar al que vas, las ideas preconcebidas de quienes son los buenos y los malos. Lo segundo, hablar con todo el mundo, mal que te pese. Y si hay que situarse, que sea al lado de las víctimas.

Mi compañero Ricardo Mir de Francia, excorresponsal en EEUU e Israel, le pregunta a Jon: ¿Cómo gestiona las emociones al plasmar lo que ha visto? ¿Dónde está el equilibrio entre la implicación personal y la fría distancia que a menudo exige el periodismo?

Sistiaga: Lo que separa a un buen corresponsal de un funcionario de los conflictos —que los hay— es que logramos mantener un control entre nuestras emociones y todo lo que nos rodea. El equilibrio consiste en emocionarte lo justo para que puedas explicar todo lo que has visto sin que eso afecte tu capacidad de observar la realidad. Hay que tener algo así como neutralidad emocional.

Deberíamos haber ido a terapia después de cubrir conflictos. Fue un error que espero que las nuevas generaciones estén corrigiendo.

Pero todas esas tragedias a las que se exponen hay que procesarlas por salud mental. En ese sentido, ¿qué decisión recuerdan que les fue útil?

Calaf: Hay que partir de la base de que no somos héroes. No estamos por encima y las injusticias que vivimos nos afectan. Creo que debes pensar en que eres secundario, en que estás ahí haciendo un trabajo para servir a las víctimas y contar lo que sucede y que tienes que contener todo aquello que puede lesionar esa obligación. Eso ayuda. Yo lloraba muchísimo, pero he intentado no llorar nunca cuando tenía que estar mostrándome fuerte. Y en las situaciones más extremas hay que tener la humildad de pedir ayuda.

Sistiaga: Los de mi generación, después de un conflicto, deberíamos haber ido a terapia. Y eso fue un error que espero que las nuevas generaciones estén corrigiendo. Debería haber ido cuando volví de Irak por todo lo que vi. Hay sitios en los que vives experiencias que van más allá de lo que esperabas. Y los medios que mandan a esos corresponsales o al menos los que les pagan 50 miserables euros por crónica deberían tenerlo en cuenta.

¿Qué reportero/a le gusta por el trabajo que está haciendo?

Calaf: Hay muchas periodistas que han significado un cambio de narrativa, ampliar la mirada sobre los conflictos. Muchas compañeras en España están haciendo trabajos muy valiosos y de extraordinaria calidad. Pero si tengo que buscar un referente me quedo con Martha Gellhorn.

Sistiaga: Almudena Ariza, por trayectoria y por los lugares que ha cubierto.

La objetividad total es imposible porque cargamos con una mochila que cuesta mucho sacarse de encima, pero hay que estar alerta para no cae en la trampa de tus prejuicios

¿Qué documental o película que le ha marcado recomendaría?

Calaf: El Gran Carnaval. Me impactó muchísimo y fue una crítica feroz a la perversión del periodismo que estamos viendo ahora.

Sistiaga: The Act of Killing. Me parece una obra maestra, una chaladura.

Para Rosa Maria. Mi compañera Idoya Noain, corresponsal en EEUU desde hace más de dos décadas, le pregunta: ¿Qué le pone de buen humor y cuál es su mejor recuerdo de EEUU?

Calaf: Lo que me pone de buen humor es la creatividad y la valía de las personas. Y, como soy muy cinéfila, el mejor recuerdo que guardo son mis primeros contactos con Hollywood y con actores como Paul Newman, pero también la oportunidad de conocer a grandes periodistas estadounidenses. Conocer a gente que admiro, aunque no sean famosas, y que compartan su sabiduría contigo es un privilegio, un sueño.

Terminen la frase: «Ojalá hubiera sabido antes que…»

Calaf: Que iba a ser tan desgraciadamente sencillo revertir los derechos conseguidos.

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