El quiñón de la discordia en los oceanográficos: qué es, cuánto y cómo se reparte

El quiñón, etimológicamente, procede de una palabra en latín (quinio, quinionis) que significa «reunión o conjunto de cinco», por eso antiguamente equivalía a una quinta parte de algo, de un bien productivo explotado y repartido entre varios. En la actividad pesquera extractiva no se cumple esa acepción de «quinta parte»: el quiñón es una proporción de las capturas que se divide entre los miembros de una tripulación y se entrega al llegar a puerto.

Se trata, más que de un pago en especie, de una tradición empresarial pero también social, puesto que es común que los marineros repartan el pescado entre familiares. La frase «ven a buscar un poco de merluza del quiñón» se ha escuchado en prácticamente todos los hogares de la costa gallega. En los inicios de la pesca de altura y gran altura, de hecho, se daba la circunstancia de que los marineros se llevaban a casa productos que no podían almacenar –no todos tenían congeladores– o que no estaban acostumbrados a comer. No es ninguna locura que, en los años sesenta, se diera cigala a las gallinas.

¿Todos los oceanográficos pescan?

En absoluto. Hay buques científicos que están únicamente diseñados y equipados para realizar batimetrías, por ejemplo, que permiten actualizar la información de los fondos marinos. También hay misiones limitadas a la toma de muestras. Pero hay barcos que, en efecto, tienen equipación muy similar a un barco pesquero.

Es así en el Vizconde de Eza y el Miguel Oliver, por mencionar dos casos. En la cubierta principal poseen maquinillas para los aparejos de arrastre –largada, virada o izado del copo– y también para el halado de los de palangre. El Vizconde cuenta con dos líneas distintas para el pescado que sube a bordo: una parte pasa a parque de pesca para su limpieza, clasificado y congelación, y la otra se devuelve al mar, vivo y sin daños.

¿Qué se hace con el pescado?

Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que la clasificación de la pesca para realizar después el quiñón tiene que ser voluntaria porque no forma parte de las atribuciones de los marineros, científicos o demás miembros de la tripulación. Volvamos al Miguel Oliver, para el que Tragsa –es la empresa pública que gestiona la flota oceanográfica de España– ha prohibido esta práctica hace escasas dos semanas, como desveló FARO.

Lo que hacía el personal embarcado hasta ahora era, antes de iniciar una campaña, «poner por escrito qué lance corresponde a cada departamento», para evitar discusiones sobre la calidad de cada lote. Hay que tener en cuenta que el Miguel Oliver puede realizar un promedio de 70 lances en un campaña promedio.

El pescado, tratado a bordo fuera de horario laboral, se congela y reparte después. Sí es cierto, como constatan marineros y observadores científicos, que hay buques oceanográficos en los que ha habido serios problemas a causa del quiñón. «Hasta golpes, que si uno lleva mucho rape, que si tú tienes más cabra… Pero eso es porque desde la oficina [dice en referencia a Tragsa] no se ha querido fijar un protocolo». Esta fuente se refiere a quiñones de NAFO (Terranova), donde se sala incluso bacalao en el parque de pesca.

En el Vizconde de Eza se prohibió el quiñón hace dos campañas y Tragsa acaba de hacer lo propio en el Miguel Oliver, aludiendo a «problemas de trazabilidad» o «desaparición de pescado» entre compañeros. La tripulación lo niega y atribuye su decisión a una represalia por haber trascendido los casos de acoso laboral en el buque, que también divulgó este periódico.

¿Y si no hay quiñón?

Con excepción del personal científico, el pescado se tira. Todo. «Cientos de kilos», constatan desde las tripulaciones. Desde el Miguel Oliver calculan que, por cada lance, «podemos estar sobre una media de 200 kilos, de ahí para arriba», dependiendo de la zona de largada del aparejo y la profundidad.

«Es una animalada –constata una de las trabajadoras–, no te haces una idea de lo que arrojamos al mar«. Entre el personal de la flota oceanográfica española, tanto adscrita a la Secretaría General de Pesca como al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), hay opiniones contrapuestas sobre la idoneidad o no de mantener el quiñón, dados los «problemas» que ha causado su reparto en el pasado en algunos de los barcos.

Pero todos coinciden en lo mismo: se tiran «cientos de kilos» de alimentos que, al menos, deberían distribuirse entre ONG para familias necesitadas o para su reutilización para harina de pescado. Es la empresa pública Tragsa la encargada de la gestión de toda esta flota.

La ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario, que aba de entrar en vigor, expone en su preámbulo que «las pérdidas y el desperdicio de alimentos son señal de un funcionamiento ineficiente de los sistemas alimentarios y de una falta de concienciación social […] Reducir drásticamente ese volumen de pérdidas y desperdicio alimentario es un imperativo moral de los poderes públicos y de los operadores de la cadena de suministro».

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