La mentira del feminismo uruguayo, una cueva de odio y discriminación

El Día de la Mujer es una oportunidad para reflexionar sobre el verdadero significado de la lucha por la igualdad. Mientras el discurso dominante insiste en que los derechos de las mujeres se conquistan a través del Estado,  la historia nos dice lo contrario: las primeras voces en defensa de la igualdad fueron liberales.

En 1780, Jeremy Bentham fue quizás el primer feminista moderno. Argumentó que no existía justificación racional para excluir a las mujeres de los mismos derechos que los hombres. En un mundo donde la desigualdad era la norma, él fue una de las primeras voces en señalar la incoherencia de estas restricciones legales.

Décadas más tarde, en 1869, John Stuart Mill publicó El Sometimiento de las Mujeres, un ensayo pionero que denunciaba la opresión legal y social impuesta a las mujeres. Mill, defensor de la libertad individual, no hablaba de una supuesta lucha de sexos, sino del derecho de cada persona —hombre o mujer— a vivir sin restricciones impuestas por el Estado o la sociedad.

Casi 200 años atrás, el liberalismo ya defendía la igualdad de género sin recurrir a la coerción ni al victimismo. En 1957, Ayn Rand publicó La Rebelión de Atlas, donde consolidó su filosofía objetivista, promoviendo el individualismo, la razón y la propiedad privada. 

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Para Rand, la igualdad no se lograba a través de cuotas ni privilegios estatales, sino garantizando que cada individuo —hombre o mujer— pudiera forjar su destino sin interferencias gubernamentales.

En 1943, Isabel Paterson publicó La Máquina de Dios, un libro que sentó las bases del pensamiento minarquista moderno. Defendió el gobierno mínimo, el libre mercado y la responsabilidad individual, influyendo en toda una generación de pensadores libertarios. Ese mismo año, Rose Wilder Lane publicó The Discovery of Freedom, donde argumentó que la historia del progreso humano es la historia de la lucha contra la opresión estatal.

Rechazó cualquier forma de control gubernamental sobre la vida de las personas y defendió el libre mercado como la verdadera vía hacia la prosperidad. 

En 1979, Margaret Thatcher hizo historia al convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra del Reino Unido.Conocida como «La Dama de Hierro», Thatcher desafió el *status quo* con políticas que redujeron la intervención estatal y revitalizaron la economía británica a través de la privatización y la desregulación.

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Para ella, el colectivismo era el enemigo de la prosperidad y la verdadera independencia de las mujeres solo podía alcanzarse a través de la autosuficiencia y la meritocracia. En tiempos más recientes,Giorgia Meloni, quien en 2022 se convirtió en la primera mujer en liderar el gobierno de Italia, ha desafiado el discurso progresista dominante defendiendo valores de soberanía nacional, identidad cultural y libertad económica.

Si bien no es estrictamente liberal en todos sus enfoques, su énfasis en la autodeterminación y la reducción del poder estatal en la vida de los ciudadanos ha sido una bocanada de aire fresco frente a los modelos de dependencia promovidos por el colectivismo.

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Sin embargo, no podemos ignorar cómo ciertas figuras femeninas de la Coalición Republicana en Uruguay han desvirtuado este legado liberal al sumarse a marchas y movimientos que, lejos de promover la libertad individual, refuerzan la dependencia del Estado. 

Mujeres como Valeria Ripoll, Beatriz Argimón, Mónica Bottero y Laura Raffo han tenido una presencia nefasta en estas manifestaciones, alineándose con agendas que contradicen los principios de autonomía y responsabilidad personal. 

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No podemos pasar por alto el papel de Laura Raffo, cuya postura feminista delirante la lleva a escandalizarse con figuras como Javier Milei, un defensor del liberalismo puro que rechaza las políticas estatistas que ella, en su confusión, abraza con fervor. Raffo, autoproclamada abanderada de la igualdad, se pierde en un discurso incoherente que mezcla victimismo con una fe ciega en el intervencionismo, traicionando cualquier atisbo de principios liberales al indignarse con quienes proponen libertad real en lugar de las migajas burocráticas que ella defiende.

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Ripoll, con su pasado de militancia gremial y su giro hacia el Partido Nacional, ha utilizado su plataforma para apoyar discursos que mezclan victimismo con demandas de intervención estatal.

Argimón, como vicepresidenta y autoproclamada feminista, ha promovido iniciativas que perpetúan la idea de que las mujeres necesitan tutela gubernamental para prosperar, traicionando la esencia del feminismo liberal. 

Por su parte, Mónica Bottero, desde su rol en InMujeres, ha encabezado esfuerzos que, bajo el pretexto de la igualdad, han consolidado una burocracia que vive de los fondos públicos, alejándose de la verdadera emancipación. 

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El gobierno de Luis Lacalle Pou, lejos de resistir esta tendencia, ha apoyado activamente este movimiento feminista durante años con dinero público, otorgando cargos y recursos a instituciones como InMujeres.

Esta entidad,financiada con impuestos de todos los ciudadanos, se ha convertido en un símbolo de cómo el Estado se inmiscuye en la vida de las mujeres bajo la excusa de protegerlas, cuando en realidad las infantiliza y las hace dependientes. Lejos de promover la libertad individual, el gobierno de la Coalición Republicana ha cedido terreno a un feminismo estatista que contradice los principios de Bentham, Mill y Rand.

Por otro lado, el Frente Amplio, con figuras como Carolina Cosse al frente, pretende llevar esta intervención estatal a niveles aún más extremos. Cosse y su coalición han dejado claro que su visión de la igualdad pasa por aumentar la presencia del Estado en cada aspecto de la vida de las mujeres, desde cuotas obligatorias hasta políticas asistencialistas que refuerzan la narrativa de victimización. 

Este enfoque no solo perpetúa la dependencia, sino que ignora la capacidad de las mujeres para valerse por sí mismas en un entorno de verdadera libertad.

Mientras el liberalismo confía en la mujer como individuo soberano, el Frente Amplio la reduce a un sujeto que necesita ser rescatado por la burocracia. 

Mientras las ideologías colectivistas han reducido a la mujer a una herramienta política, el liberalismo ha sido el único movimiento que realmente ha confiado en su capacidad para decidir y prosperar por sí misma. 

El feminismo liberal no busca privilegios otorgados por burócratas, sino el derecho fundamental a la vida, la libertad y la propiedad.

Hoy, en este 8 de marzo, celebremos a todas las mujeres que han defendido su libertad contra toda forma de opresión, especialmente aquella que se disfraza de ayuda estatal. Rechacemos las agendas que, bajo el manto del feminismo, nos atan al yugo del colectivismo, y honremos el legado de quienes entendieron que la verdadera igualdad nace de la libertad individual.

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