La guillotina de la señorita Milei

El doctor Ignacio Guillotin fue un médico francés preocupado por los huérfanos, las viudas y los ancianos abandonados. Diputado en tiempos de la Revolución, adquirió fama de filántropo por brindar alivio y consuelo de los males ajenos. Esta vocación lo llevó a diseñar un artefacto que evitara el sufrimiento del condenado a muerte en el momento de su ejecución.

La Asamblea había dispuesto que la pena capital se llevaría a cabo cortándole la cabeza al reo, generalmente con hacha o espada, lo que exigía una destreza extraordinaria por parte del verdugo: si no era certero en el primer golpe, certificaba un espectáculo horroroso.

Guillotin pensó en una máquina en la cual el reo permaneciera inmovilizado y una pesada cuchilla cayera sobre el cuello como un rayo. Luis XVI refrendó la ley que disponía su uso, sin imaginar que su propia cabeza caería bajo el metal.

Muy a pesar de su creador, la guillotina quedó para siempre ligada a su nombre. Cuando se la invoca, nada recuerda el fin humanitario que la concibió. Por el contrario, la asociación inmediata es con el Terror.

Durante ese período de la Revolución Francesa, el régimen de Robespierre y el Comité de Salvación Pública implementaron un sistema de represión extrema contra los considerados enemigos de la República, que permitió el arresto y la ejecución de miles de personas sin la garantía del juicio previo, proclamada años atrás en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.

La guillotina, al ser un método de ejecución en serie y supuestamente igualitario, facilitó las decapitaciones masivas en toda Francia. Se buscaba purgar a la nación de traidores, pero la paranoia creció y hasta sus fanáticos terminaron sus días con el filo implacable del acero.

Un emblema libertario

Este instrumento feo, mezquino y ruin –como lo describe Victor Hugo en su novela El noventa y tres–, va en camino de convertirse, junto con la motosierra, en un emblema libertario.

Mientras la motosierra representa el recorte del gasto, la guillotina remeda el despido violento de los funcionarios. No se los echa: se les corta la cabeza. Más de 100 han pasado por el cadalso virtual.

El presidente Javier Milei se ufana de que a la guillotina la tiene su hermana Karina. Ella oficia, al mismo tiempo, de jueza y verdugo. Es una metáfora brutal del poder, donde toda razón se reduce a la voluntad de quien blande la cuchilla.

Milei exhibe como un emblema de su Gobierno un instrumento ideado para la muerte. No sorprende. Su discurso, agresivo y soez, es coherente con esa idea. Se jacta de la arbitrariedad con cinismo y muestra como trofeo las cabezas de los funcionarios destituidos, acusados de traición y desvío de la ortodoxia.

Desde la cúpula del poder, Cristina Kirchner disfrutaba del temor que inspiraba en sus subordinados: había que temer a Dios y a ella. Milei comparte esa visión. Cree que si infunde terror entre los propios logrará una disciplina férrea, y construirá así una administración pública dominada por obsecuentes, inútiles y cobardes. Es el desenlace inevitable de la sumisión incondicional al líder.

La guillotina no es para todos

La guillotina de la señorita Milei no es, sin embargo, igualitaria como se pretendía fuera la original. Es selectiva. No puede, obviamente, usarla contra ella misma. Tampoco contra el joven del monotributo, Santiago Caputo, quien junto con ella digitan los hilos del Estado anarco liberal. Es realmente un problema.

En la bochornosa entrevista con el periodista Jonatan Viale, el Presidente intentó justificar su conducta en el caso de $Libra y el posteo que facilitó una defraudación masiva por millones de dólares. Alegó que su posible error fue permitir un acceso demasiado fácil a su persona y que debería revisar ese aspecto de su gobierno.

Esto plantea una cuestión inquietante: o bien los delincuentes sólo necesitan acercarse al jefe del Estado para involucrarlo en sus maniobras, dado que ni él ni sus asesores tienen intención de controlarlos, o bien a Javier Milei llegan quienes buscan hacer negocios con él, con la venia de su entorno.

En cualquier caso, el resultado es el mismo: corrupción, impunidad y un poder degradado al servicio de intereses particulares bastante oscuros.

Los custodios de Milei son Karina y Caputo. Se sabe que sin ellos, nadie tiene acceso al Presidente. Por lo tanto, si los del escándalo cripto lo han tenido hasta el punto de lograr un posteo que provocó el enriquecimiento de pocos y la ruina de muchos, los responsables son esos centinelas que, con dolo o negligencia, franquearon las puertas del Poder.

Esto dicho por el propio Milei, aunque sin quererlo. Y así es que Karina ha sido denunciada por tráfico de influencias, con bastantes elementos probatorios que avalan las sospechas.

De tal modo, la guillotina, de ser igualitaria, debió haber cortado aquí con la misma eficacia que lo hizo con los últimos funcionarios despedidos. Claro que esto no sería posible sin destruir lo que se ha dado llamar el “triángulo de hierro”.

Pero ello no es un seguro contra todo riesgo, y ni Karina ni Caputo están a salvo de probar su rigor en el futuro. Recordemos que la cuchilla fue la mejor amiga de Robespierre hasta que cayó sobre su cuello.

* Abogado

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