La cuna de la desigualdad

¿Es la desigualdad una trampa imposible de evitar o la creamos con nuestras políticas? Dos estudios recientes buscan una respuesta. Uno indaga en el origen de la humanidad, cuando la desigualdad empezó a tomar forma. El otro examina la política de hoy, cada vez más lejos de los hechos. Con la polarización y la globalización de fondo, estas investigaciones revelan por qué la brecha entre ricos y pobres crece sin parar.

Un estudio dirigido por Tim Kohler, arqueólogo de la Universidad de Washington, muestra que las desigualdades surgieron hace más de 10.000 años, antes que los imperios. Al analizar el tamaño de 47.000 casas en 1.100 yacimientos, Kohler y su equipo descubrieron que la desigualdad se disparó pronto. Según Kohler, la idea de que las primeras sociedades eran justas es un mito. La agricultura lo cambió todo. Con el crecimiento de las comunidades, la tierra fue escaseando. Se crearon terrazas y sistemas de riego para producir más, pero la riqueza acabó en pocas manos. Los núcleos grandes y socialmente complejos, donde se tomaban las decisiones, se volvieron focos de desigualdad.

Saltemos al presente. Un estudio de David García, de la Universidad de Constanza, analizó ocho millones de discursos del Congreso de EE. UU. desde 1879 hasta 2022. Desde los años 70, los políticos han ignorado los datos para basarse en sentimientos y creencias personales. Este cambio, que hoy está en su punto más crítico, coincide con un Congreso paralizado, una polarización extrema y una desigualdad en alza.«La buena política combina hechos y emociones», explica García.«Sin hechos, solo queda ruido».

Este problema no es exclusivo de EE. UU. En Europa, partidos como el Front National y La France Insoumise en Francia, o Vox y Podemos en España, avivan la po-larización. Y la retórica emocional de Hispanoamérica agranda la brecha social. La globalización, que prometía prosperidad universal con una mejora de la eficiencia y la productividad, ha sacado a millones de la pobreza en Asia, pero ha concentrado la riqueza en élites globales.

Ambas historias convergen en una idea clara: la desigualdad crece cuando las decisiones ignoran la evidencia y favorecen a unos pocos. En la prehistoria, la organización social permitió que la tierra se acumulara en pocas manos. Hoy, una política que apuesta por«verdades alternativas» en lugar de datos no logra cerrar las brechas que la globalización amplifica.«La desigualdad nos persigue desde hace milenios», dice Kohler.«Sin hechos, las leyes se estancan y la polarización se dispara», añade García.

La prehistoria nos enseña que la desigualdad surge cuando los recursos escasean y las jerarquías de cualquier color se fortalecen. La agricultura generó excedentes, pero también poderosos y súbditos. Hoy, la globalización conecta al mundo, pero sus frutos llegan a pocos. ¿Cómo romper este ciclo? La historia nos dice que la desigualdad no es inevitable, pero exige esfuerzo. Hace miles de años, compartir avances trajo algo de justicia, aunque fuera temporal. Hoy, una política basada en datos y ciencia podría impulsar leyes que reduzcan brechas. Francis Fukuyama sostiene que solo instituciones fuertes y racionales pueden contrarrestar el caos de la polarización y la globalización.

La desigualdad está con nosotros desde los orígenes hasta hoy. Cómo se repartía la tierra entonces o cómo se distribuyen los beneficios de la globalización ahora define quién prospera y quién no. Para cambiar esta historia, debemos aprender del pasado y priorizar la ciencia de los hechos sobre las creencias y las pasiones. Solo así lograremos una prosperidad compartida y duradera. Una sociedad que comparte es más viable que otra donde solo se salven Donald Trump, Vladimir Putin o Daniel Ortega.

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